8 de enero de 2014

[Libros] Primavera con una esquina rota – Mario Benedetti (1982)

Como me sucede a menudo, empecé este libro por impulso, sin saber por qué. Bueno, vale, lo tenía entre mi interminable lista de pendientes, en la que apunto todos aquellos de los que oigo (leo, más bien) hablar bien en un momento dado y pienso que me pueden interesar. Pero a menudo, cuando termino un libro, consulto la lista de pendientes en busca del siguiente, a veces con una idea concreta y otras sin ideas preconcebidas, sin saber qué leer… y en esta ocasión así fue: elegí éste casi al azar, sin recordar de qué iba ni por qué estaba ahí, pero sentía que éste podía ser “su momento”. Y lo fue, vaya si lo fue… Precioso libro.

Sinopsis:
Esta novela es un testimonio directo y dolorido de la profunda conmoción que los acontecimientos políticos provocan en las relaciones personales. A través de la experiencia individual, Mario Benedetti traza el relato lleno de ternura de un país profundamente escindido, el Uruguay de la dictadura y el Uruguay del exilio, para transmitir al lector un mensaje de esperanza: la primavera aunque mutilada, relevará por fin a un invierno que parecía inacabable

Opinión personal: Una novela muy humana
Si tuviera que definir este libro en pocas palabras (aunque ya sabéis que eso no va conmigo, al menos en versión escrita; oralmente es otra cosa…), diría que es una novela tremendamente humana.

El texto me atrapó desde su arranque. Es lo que tienen los grandes escritores. Nunca había leído a Benedetti (llevo una larga racha de estrenos…), pero su calidad se nota nada más empezar a leer. Es uno de esos textos que te atrapan, que te seducen, que te animan a leer, aunque parezca que en el fondo no te está diciendo nada.

Efectivamente, en sus primeros capítulos (todos muy cortitos; en realidad, el libro completo es también muy cortito) uno no sabe muy bien de qué va aquello. Cada capítulo está contado en primera persona por un personaje diferente que va narrando sus pensamientos y sus sentimientos. Al principio todo parece inconexo, cotidiano y sin avanzar hacia ningún lado. Luego, poco a poco, las historias cotidianas de cada uno te van atrapando. Y más adelante, aparece la trama, el nudo de la historia, que te atrapa aún más… aunque incluso sin él, las pequeñas historias y reflexiones vertidas a través de sus páginas ya bastarían para considerarlo un buen libro.

Tenemos cinco protagonistas en esta historia: el encarcelado, el preso político, el padre de familia que cumple condena en Uruguay simplemente por pensar de forma diferente a la que le gusta al régimen. En el exilio (un país de América Latina, que nunca sabremos cuál es) están su mujer, su hija, su padre, y un amigo. Cada uno de ellos, de forma alterna, protagoniza un capítulo. Y todos ellos están afectados, de una forma u otra, por la situación de reclusión del protagonista central de la historia.

En realidad, hay un sexto personaje, que también protagoniza algún que otro capítulo, aunque pocos y sin una pauta de repetición fija: el propio Benedetti, que en esos breves fragmentos nos cuenta algunas de sus propias experiencias como exiliado político. Está claro que sus propias vivencias, y probablemente también las de personas próximas a él, son las que le otorgan tanta profundidad, tanta alma, a este libro.

Y es que el encarcelamiento del personaje principal les afecta a todos. A la hija, que apenas recuerda a su padre y que no entiende por qué está en la cárcel si no hizo nada malo; y que, viviendo con el estigma de “exiliada”, se pregunta cuál es su país: ¿ese en el que nació y que en realidad no recuerda, o este otro en el que vive pero en el que no llega a sentirse integrada? Con sólo 9 años, sus reflexiones inocentes, a menudo divertidas, a veces amargas, nos recuerdan que incluso los más pequeños terminan pagando las consecuencias de la represión política.

El padre, por su parte, se siente culpable. Culpable por estar libre mientras su hijo está preso. Impotente, exiliado también, ayudando como puede, e intentando también rehacer su propia  vida.

La esposa, sufriendo doble, triplemente: por su hija, que crece sin padre; por su marido, injustamente encarcelado y torturado; por ella, sola en la plenitud de su vida; y por el remordimiento que le produce sentir que en realidad, poco a poco y sin querer, la separación está provocando que desaparezca el amor que debería sentir hacia su marido.

El amigo, el compañero, el que también podría estar en la cárcel pero se libró; el eterno donjuán, que, mientras ayuda a la madre y a la hija, se insinúa bromeando, en ese eterno papel de ligón en el que todos le reconocen, sin pensar que alguien pueda llegar a tomarle en serio…

Y, por supuesto, el centro de la historia: el hombre encerrado, que vive largos años en soledad, con la eterna esperanza de salir algún día, de volver a la vida, de volver con los seres amados…

De forma sencilla, cotidiana, cercana, cada uno de estos personajes nos va mostrando su forma de vivir esta historia, sus esperanzas y sus miedos, sus preocupaciones y sus ilusiones, sus alegrías y sus penas… Sin darnos cuenta, entendemos cómo el exilio y la represión política pueden condicionar tanto la vida de tanta gente.

Y, pese a todo… la vida sigue. En el fondo, predomina la esperanza. Predomina el ansia de vivir, de olvidar los malos ratos, de rehacer las vidas. El ansia de vivir domina, y pugna por renacer de sus cenizas, de iniciar una nueva primavera. Con una esquina rota, sí… pero primavera al fin y al cabo.

Un libro precioso. Cotidiano, humano, engañosamente sencillo… La vida misma.

Nota personal: 8

30 de diciembre de 2013

Citas de hoy

Un par de citas de temas distintos, pero del mismo libro:

Veinte años después, el pequeño Patrick sigue en el hospital, dice Helen. Por muy chiflado que suene, no digo nada. No me imagino qué aspecto debe de tener un bebé después de veinte años en coma o con las constantes vitales asistidas o lo que sea. (…) A la gente a la que amas se le pueden hacer cosas peores que matarlos.

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¿Realmente necesito una casa grande, un coche veloz, mil compañeras sexuales hermosas? ¿Realmente quiero esas cosas? ¿O he sido adiestrado para quererlas? ¿Son esas cosas realmente mejores que las cosas que ya tengo? ¿O simplemente he sido adiestrado para estar insatisfecho con lo que tengo ahora? ¿Estoy simplemente bajo los efectos de un hechizo que dice que nunca nada es lo bastante bueno?

Nana – Chuck Palahniuk 

27 de diciembre de 2013

[Libros] Santuario – William Faulkner (1931)

Nunca había leído a Faulkner, y tenía curiosidad por saber a qué debía su gran prestigio. También lo temía un poco, pues tenía fama de no ser un autor fácil de leer… pero el resultado la verdad es que no ha estado mal. Al menos, me ha gustado más que su compatriota, y contemporáneo, Hemingway.

Sinopsis:
Lee Goodwin es acusado de asesinato. El escenario del crimen es una casa oculta entre los árboles que alberga una destilería ilegal. Allí viven, entre otros, Ruby, una mujer que ha renunciado a todo por Lee, y Popeye, un sádico gánster marcado por una infancia terrible. El abogado Horace Benbow lucha para que Goodwin no sea juzgado por ser quien es, sino por los actos de los que le acusan. Para ello necesita la ayuda de Temple Drake, una adolescente que siente una extraña atracción por el peligro. Pero Temple ha desaparecido. Santuario fue la obra que dio a conocer a William Faulkner al gran público. Una historia escalofriante en la que caben toda la fuerza y la originalidad del genial novelista estadounidense.

Comentario personal: Una novela negra algo retorcida

Ésta es una novela negra en toda regla. Pero, además, como comento en el título, algo retorcida. Retorcida por expresa voluntad de su autor, quien, con un estilo nada amable con el lector, pero al mismo tiempo extrañamente cautivador, exige un esfuerzo superior al habitual para seguir la historia.

Estamos ante un relato de la América profunda en tiempos de la depresión. Una novela negra en la que la mayoría de sus personajes pertenece a los estratos más bajos de la sociedad, y en la que nos enfrentamos a una brutal violación y a un asesinato, y a la posterior acción de la justicia frente a estos actos. Pero lo que hace especial el texto es el peculiar estilo del autor.

Nos hallamos ante lo que yo suelo llamar “una novela puzle”,  en la que la información se aporta de forma desordenada, en la que se esconden hechos al lector para dosificárselos poco a poco más adelante. Pero en este caso ni siquiera es una novela puzle “habitual”; en este caso, además, al puzle le faltan piezas. Porque hay fragmentos de la historia que nunca se aclaran, y que hay que intuir o imaginar.

Por eso decía que el texto no es nada amable con el lector, y que se exige de éste un esfuerzo poco habitual. Pero, al mismo tiempo, esto puede resultar extrañamente atrayente. La verdad es que termina uno la novela con montones de preguntas en su mente, pero quizás es eso lo que la hace más especial.

No obstante, el estilo de Faulkner (al menos en esta novela, ya que al no haber leído otras no puedo generalizar) no es peculiar solamente por eso, sino también, desde mi punto de vista, por otras dos razones. Una de ellas está algo relacionada con la falta de información a la que aludía antes, y es la escasa profundización en las motivaciones de los personajes. No se puede decir que sean personajes superficiales, no es eso, de hecho creo que se hace un buen retrato de todos ellos, pero nunca llegamos a saber muy bien lo que piensan o por qué actúan como actúan. En cierto modo, el autor se limita a presentarnos unos hechos (con algunos detalles escamoteados, como decía antes) y es el lector quien debe interpretarlos; lo cual, a veces, es complicado. Personalmente, no he conseguido comprender las acciones de alguno de los personajes de la novela. Pero, en el fondo, eso pasa en la vida misma, donde a menudo no comprendemos por qué alguien actúa del modo que actúa. Probablemente el autor sabe por qué… pero se lo guarda.

Y el otro detalle peculiar del estilo de Faulkner al que hacía referencia es su estilo literario en sí. Porque, en general, la novela está escrita con un estilo sencillo (en su forma, que no en su fondo) y directo en su mayor parte, pero de vez en cuando se intercalan pequeños fragmentos descriptivos que parece como si hubieran sido escritos por otra persona. De repente, nos aparece un párrafo con una descripción casi poética, o incluso a veces casi diría que “excesivamente florida” en su forma, y que contrasta brutalmente con todo lo anterior. Son pequeños instantes dispersos a lo largo del texto, pero que resultan chocantes… aunque funcionan.

En fin, debo reconocer que el libro y su autor me han resultado curiosos, interesantes. No es una lectura del montón, y probablemente no guste a todo el mundo, pero no porque resulte difícil o pesada de leer (ya digo que el estilo, en su mayor parte, es sencillo y directo), sino porque resulta compleja de asimilar, o de entender; porque exige reflexión.

Personalmente, no puedo decir que el libro me haya entusiasmado, pero sí me ha interesado y sorprendido en determinados aspectos. No descarto seguir leyendo alguna otra obra de Faulkner (dosificada en el tiempo, eso sí).

P.D.: En cuanto al título… supongo que es otra de esas cosas que te hacen pensar. Yo todavía no le he encontrado la relación con el texto (será que soy algo corto…).


Nota personal: 7

24 de diciembre de 2013

Cita de hoy

Una triste verdad:

Las cualidades que se necesitan para gobernar no son las que se necesitan para acceder al poder. Para dirigir bien los asuntos hay que olvidarse de uno mismo, no interesarse más que por los demás, sobre todo por los más desgraciados; para llegar al poder hay que ser el más ambicioso de los hombres, no pensar más que en uno mismo, estar dispuesto a aplastar a los amigos más íntimos.

Samarcanda – Amin Maalouf

[Libros] La soledad de los números primos – Paolo Giordano (2008)

Sinopsis:
Paolo Giordano se ha convertido, hoy por hoy, en el fenómeno editorial más relevante de los últimos años en Italia. Con tan sólo veintiséis años, La soledad de los números primos, ópera prima de este recién licenciado en Física Teórica, ha sido galardonada con el premio Strega 2008 y ha conseguido un éxito de ventas sin precedentes para una primera novela. Asimismo, ha despertado un gran interés internacional y será traducido a veintitrés idiomas.
Como introducción a esta excepcional novela, dejemos al texto hablar por sí mismo:
 «En una clase de primer curso Mattia había estudiado que entre los números primos hay algunos aún más especiales. Los matemáticos los llaman números primos gemelos: son parejas de números primos que están juntos, o mejor dicho, casi juntos, pues entre ellos media siempre un número par que los impide tocarse de verdad. Números como el 11 y el 13, el 17 y el 19, o el 41 y el 43. Mattia pensaba que Alice y él eran así, dos primos gemelos, solos y perdidos, juntos pero no lo bastante para tocarse de verdad.»
Esta bella metáfora es la clave de la dolorosa y conmovedora historia de Alice y Mattia. Una mañana fría, de niebla espesa, Alice sufre un grave accidente de esquí.
Si la firmeza y madurez con que este joven autor desarrolla el tono narrativo impresiona y sorprende, no menos admirable es su valor para asomarse sin complejos, nada más y nada menos, a la esencia de la soledad.

Crítica personal: Un magnífico retrato de la soledad y la incomunicación

Me ha gustado mucho. Un magnífico retrato de la soledad... y de la incomunicación, que suele ir acompañándola. La historia de dos personas especiales, pero a las que en el fondo llegas a entender; dos personas incapaces de crear lazos afectivos, personas en apariencia insociables o asociales... pero que no por eso dejan de tener sentimientos y de sufrir en silencio, incluso simplemente por ser como son y no poder evitarlo.

Un gran libro, a pesar de un final que probablemente no es el más amable con el lector... pero quizás sí el más lógico. Un libro que merece la pena leer.

Nota personal: 8

20 de diciembre de 2013

Cita de hoy

Las preguntas que no podemos contestar son las que más nos enseñan. Nos enseñan a pensar. Si le das a alguien una respuesta, lo único que obtiene es cierta información. Pero si le das una pregunta, él buscará sus propias respuestas.

El temor de un hombre sabio – Patrick Rothfuss

17 de diciembre de 2013

Vergüenza e indignación

Vergüenza e indignación es lo que siente uno ante el estado de cosas actual en nuestro país. Parece que ya tenemos que acostumbrarnos y asumir los constantes recortes en nuestros derechos, en nuestros sueldos, en nuestras pensiones o en nuestros años de jubilación, que tenemos que pagar cada vez más por educar a nuestros hijos, por enfermar o por acudir a la justicia en busca de un amparo que se pretende negarnos con unas tasas coactivas. Está uno harto de políticos corruptos mires donde mires, de sobres que circulan llenos de dinero, de contratos adjudicados a dedo a empresas amigas, de sobornos de empresas a políticos, de expolíticos curiosamente reconvertidos en consejeros de empresas a las que favorecieron mientras estuvieron en el poder… Hartos de líderes políticos que no dan la cara, de ruedas de prensa sin derecho a preguntas (¡¿por qué siguen acudiendo los periodistas a esas pantomimas?! ¡plantón general ya!), de comparecencias públicas por pantalla de plasma… Hartos de ver cómo, mientras aumenta el número de personas que viven bajo el umbral de la pobreza, suben también las grandes fortunas, consecuencia lógica de exprimir al pueblo para salvar los negocios mal gestionados de los poderosos, los que nunca pierden… Hartos. Estamos hartos.

Y cuando unos cuantos indignados deciden echarse a la calle para decir basta ya, para denunciar los desahucios de familias condenadas a la indigencia, para manifestarse frente a nuestros supuestos representantes públicos para demostrarles nuestro desacuerdo con su gestión… cuando unos cuantos deciden alzar la voz y hacer público el callado descontento general, entonces la reacción es intentar aplastar esas protestas. Se han quitado la careta. Ya no se trata de una diferente ideología política, de unas diferentes teorías económicas, incluso de una diferente afinidad hacia unos u otros grupos (la gran patronal y la iglesia, fundamentalmente): con el anteproyecto de ley de seguridad ciudadana presentada en el Congreso a finales del mes pasado, han salido a la luz los instintos más represivos que habíamos visto en democracia, desde los tiempos de Franco. Y no lo digo yo: lo dicen los jueces. Si el pueblo protesta, callemos al pueblo.

No les bastó con llamar perroflautas a las decenas de millares de ciudadanos indignados que se echaron a la calle hace algunos años, el famoso 15-M: ahora por ley se prohíbe que concentraciones de esa clase puedan volver a repetirse. Cuando en 1989 los indignados chinos ocuparon la plaza de Tiananmen, se les desalojó con tanques; ahora el gobierno español también compra tanques de chorro de agua para disolver manifestaciones de este tipo, argumentando “el clima social”. Parece que las manifestaciones pacíficas asustan al gobierno. Me vienen a la mente imágenes de los años 70 en Madrid, con los grises corriendo tras los estudiantes, o de soldados persiguiendo a jóvenes en Santiago de Chile. No se consideraron necesarios estos medios en su día contra la Kale borroka, pero sí ahora cuando ciudadanos pacíficos osan criticar la labor del gobierno. La libertad de expresión nunca ha gustado en ciertos sectores.



Concentrarse ante el Congreso, el Senado u otras instituciones públicas, estatales o autonómicas, estará ahora también prohibido y fuertemente penado. Lógico: si no se quieren ver protestas, menos aún delante de ti. Igualmente prohibidos quedan los “escraches” pacíficos, el derecho básico del pueblo de decirle a sus representantes públicos (repito, PÚBLICOS, con todo lo que implica, y para lo cual se les paga) lo que se piensa de ellos (claro, el error es pensar…). ¿Democracia? Ni siquiera en tiempos de un reaccionario radical como Bush-hijo se dejaron de ver en los Estados Unidos esas manifestaciones ante la Casa Blanca que a menudo aparecen en los telediarios. Memorables son también las masivas concentraciones delante del Congreso norteamericano en contra de la guerra de Vietnam, en los 70, aunque la tradición continúa hoy. Aquí no: eso, aquí, será delito. ¿Democracia? ¿Libertad de expresión? ¡Ja!




Se prohíbe también grabar a los agentes de la autoridad en acto de servicio. Se acabó esa práctica tan molesta de grabar las acciones represivas. ¡Dónde vamos a llegar, cuando unos mossos catalanes son llevados al banquillo por la grabación de un ciudadano mostrando una brutal paliza que terminó en muerte! ¡Dónde vamos a llegar, si los antidisturbios no pueden hincharse a hostias contra esos perroflautas de mierda, que es lo que se merecen, por temor a que algún periodista o algún ciudadano con su móvil lo grabe y luego lo denuncie ante algún juezucho rojo! Prohibido grabar y punto. Volviendo al ejemplo anterior, pocos países tienen policías tan represivas, y tan dispuestas a tirar de gatillo, como los Estados Unidos; pero allí no se han atrevido a ir contra la libertad de expresión y la libertad de prensa, allí ni siquiera se cuestiona que los periodistas sigan a los policías grabando sus actuaciones desde helicóptero, como la Guardia Civil de tráfico. Allí la simple mención de intentar prohibir eso causaría un escándalo sin precedentes. Aquí no. De nuevo… ¿democracia? ¿Libertad de expresión? ¡Ja!

No es eso todo: multas superiores a algunas de las que se imponen por delitos como los relacionados con la venta de drogas serán ahora impuestas por manifestarse sin permiso o por insultar a un cargo público. Los delitos de injurias o de “ofensas a España” vuelven a adquirir una notoriedad que no veíamos desde el franquismo, cuando cualquier intento de crítica debía mantenerse en la intimidad, en voz baja y mirando a tu alrededor por si te oía alguien.

El estado policial, que tanto parecen anhelar, se impone: la palabra de un funcionario policial será ley. No harán falta pruebas para sancionar con multas que pueden llegar hasta los 600.000 euros: si el policía acusa de algo a un ciudadano, será responsabilidad del ciudadano probar que no es cierto. La presunción de inocencia se sustituye por la presunción de culpabilidad. Si el ciudadano quiere ejercer su derecho a demostrar su inocencia (ya decimos que la culpabilidad ahora se le presupone, como ciudadano de mierda que es), tendrá que intentar acceder al sistema judicial previo pago de las correspondientes tasas desincentivantes. ¿Democracia? Un insulto a la democracia, eso es lo que es.

Prohibición de instalar tenderetes para recogidas de firmas, sanciones por colgar pancartas, la no exigencia de mostrar el número identificativo de los agentes del orden (volvemos a eso tan típico de las películas americanas de apuntar el número de placa del agente que se sobrepasa en sus funciones… aquí serán anónimos, son ellos los que pueden identificarte a ti siempre que quieran, no al revés), etc, etc, etc. ¿Decía en el título “vergüenza e indignación”? Me quedo corto.

Pero no pasa nada. La ley saldrá adelante, como todo lo demás. Y nos callaremos, salvo cuatro gatos a los que ahora intentarán amordazar mediante estas prácticas sancionadas por ley. Y, pese a todo, seguiremos votándoles. Como en Valencia, sin ir más lejos, donde un presidente corrupto, al que todos hemos oído conversaciones grabadas con su “amiguito del alma” de la Gürtel, vuelve a salir con mayoría absoluta. Tenemos lo que nos merecemos. No sé de qué nos extrañamos. En realidad, estamos diciendo lo contrario: dame, dame más, que me gusta.

Así nos va.

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¿Alguien cree que exagero? Podéis leer los detalles en este informe del magistrado Carlos H. Preciado, de Jueces para la Democracia, cuyo título lo dice todo (Anteproyecto de ley de represión ciudadana)

Aunque recomiendo leer con detenimiento el informe anterior, si, como es demasiado habitual en estos días de las microfrases por whatsapp y twitter, no os apetece leer tanto (ya me doy por contento si habéis llegado hasta aquí), podéis leer otros análisis sobre el tema en diferentes artículos de prensa:

Neofranquismo