Tenía curiosidad por conocer la obra de este famoso autor
británico de novelas de humor, pero nunca encontraba el momento, al ser un
género que no suele atraerme demasiado. Pero finalmente decidí empezar con la
famosa saga de Jeeves, historias de un típico mayordomo británico y su joven
amo.
Sinopsis:
Gussie Fink-Nottle
se siente mucho más cómodo con las salamandras que con los hombres. El tímido
joven las colecciona, se deleita contemplándolas, las estudia y hasta elabora
complejas teorías sobre ellas. Se podría decir que sus conocimientos sobre los
animalitos son tan vastos como su ignorancia sobre las mujeres. Y precisamente
las mujeres o mejor dicho una, Madeline Basset son el origen de todos los
problemas de Gussie. El joven se enamora de ella y, claro está, intenta
decírselo, pero de sus labios sólo sale una complicada disertación sobre las
salamandras. Que, como es de esperar, no interesan en absoluto a Madeline.
Gussie es amigo de
Bertie Wooster, y a él acude en busca de consejo. Afortunadamente para el
lector, los consejos de Bertie siempre acaban complicándolo todo hasta el
infinito. Y es entonces cuando el incomparable Jeeves debe acudir a desentrañar
y solventar el lío en que se meten Gussie y Bertie. Solventarlo a la manera de
Jeeves, claro está.
Reseña: Típico
humor inglés
¿Qué puedo
decir de este libro, o serie de libros? (porque, aunque es el primero que leo
sobre Jeeves, no creo que se diferencien mucho unos de otros) Pues que es humor
británico en estado puro. No busquéis más: el libro no es más que una sucesión
de gags, totalmente insustancial, pero ameno y divertido para pasar un buen
rato. Humor sutil al más puro estilo de la alta sociedad inglesa, ironía y
sarcasmo en estado puro que, si bien no puedo decir que me haya entusiasmado,
me ha mantenido una ligera sonrisa a lo largo de toda la lectura. En fin, un
libro sin mayores aspiraciones, con un argumento bastante absurdo pero que en
el fondo es lo de menos, ya que se trata de un texto para pasar un buen rato leyendo
frases ingeniosas y divertidas. Además, su reducida extensión, unido a que se
puede leer a ratos (incluso intercalado con otros) sin miedo a perder el hilo,
evita que pueda llegar a resultar cansino.
Poco más que
decir: los protagonistas principales son un joven señor inglés y su ayuda de
cámara; el primero, bienintencionado pero bastante inútil, el segundo, un
inteligente y estirado mayordomo acostumbrado a resolver los entuertos en los
que se mete su señor. Pero creo que el libro se describe mucho mejor por sí
solo dejando aquí unas cuantas muestras de su fino humor británico:
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—Sí, señor. Cada vez que intenta formular una petición de
matrimonio le falta el valor para hacerlo.
—Sin embargo, si quiere que esa mujer sea su esposa,
tendrá que decírselo, ¿no? Quiero decir que es un caso de educación el
hacérselo saber.
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Ya saben ustedes lo que sucede con algunas muchachas. En
un santiamén consiguen reducirnos a un estado lastimoso. Hay algo en su
personalidad que obra sobre nuestras cuerdas vocales, paralizándolas, y sobre
nuestro cerebro, transformando su contenido en una coliflor.
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—Jeeves, ¿lo sabe ya?
—No, señor.
—¿Conoce a mi prima Angela?
—Sí, señor.
—¿Conoce al joven Tuppy Glossop?
—Sí, señor.
—Acaban de romper su compromiso de matrimonio.
—Lo siento señor.
—Este telegrama de tía Dahlia me lo comunica. Me pregunto
qué habrá pasado.
—No sabría explicárselo, señor.
—Es natural. No haga el burro, Jeeves.
—No, señor.
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—No llevo intención de criticar continuamente sus tonos
de voz, Jeeves. Sin embargo, he de informarle que su «Bueno, señor» carece de
respeto y es tan poco simpático como el «¿De veras, señor?». Tanto uno como
otro parecen inspirados por un ligero escepticismo. Producen la impresión de
sugerir que yo no sé de qué estoy hablando y que sólo un feudal sentido del
recato le impide decir en cambio: «Pero ¿qué dice, señor?»
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Tío Tom observará tu falta de apetito y apuesto a que,
una vez concluida la cena, acudirá a tu lado y te dirá: «Dahlia querida...», supongo
que es así como te llama, «Dahlia querida, he notado que durante la cena no
tenías apetito. ¿Qué te sucede, Dahlia querida?» «Mi querido Tom», contestarás
tú, «eres muy amable preguntándomelo. La realidad es, querido, que estoy
terriblemente preocupada.» «Querida mía...», dirá él...
Tía Dahlia me interrumpió, en este punto, para decirme
que, a juzgar por el diálogo, los cónyuges Travers debían de ser dos
espléndidos ejemplares de cretino. Deseaba, además, saber cuándo llegaría a la
conclusión.
—Hermoso atardecer —dije.
—Sí, realmente hermoso.
—Hermoso. Me recuerda a Cannes.
—¡Cuan hermosos eran los atardeceres allá abajo!
—Hermosos —dije.
—Hermosos —dijo miss Bassett.
—Hermosos —asentí.
Y con esto quedó agotado el boletín meteorológico de la
Riviera francesa.
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—¡Ajá! —dijo.
Fue para mí un verdadero asombro que un individuo dijese:
«¡Ajá!» Siempre había creído que era una de esas palabras que se encuentran
sólo en los libros, como otras muchas expresiones raras.
Nota
personal: Entre 6,5 y 7, porque aunque como libro es insustancial, si uno lo lee
sabiendo lo que se puede esperar de él, entretiene y no defrauda. Quizás lea
más de Jeeves.
P.D.: Existe una serie británica sobre el personaje realizada en los años 90 y protagonizada por Hugh Laurie y Stephen Fry. A ella corresponde la imagen que incluyo en esta entrada.
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