31 de julio de 2013

Un verano en la Toscana

Ya volví de vacaciones. Se acabó lo que se daba. Otro año entero por delante para poder disfrutar de otro mesecillo (bueno, han sido 3 semanas) de asueto y relax… o haciendo lo que sea, pero elegido por uno mismo y no impuesto por las circunstancias, como ocurre el resto del año.

Pero bueno, esta entrada no es para lamentarme por la vuelta al trabajo, sino para hacer algunas reflexiones a raíz de mi viaje de este año. No se trata de describir mis vacaciones, que ya sé que os importarán un pimiento, sino de presentar algunos hechos que me han dado que pensar.

Este año hemos ido una semanita a la Toscana, Italia, y luego dos semanas a la playa en nuestro sitio favorito, la zona del Ampurdán o Empordà, en Gerona o Girona (coñazo de idiomas… ¿tendré que poner también Florencia o Firenze? Paso, a partir de aquí, todo en castellano excepto los que no tienen traducción o no la conozco). Y lo más curioso de todo es que he encontrado muchas, muchísimas similitudes entre ambas zonas.

El Ampurdán lo conozco bastante bien. Aunque la playa en general no me apasiona demasiado, me encanta la zona de la Costa Brava; y en concreto, el Ampurdán es una comarca que me gusta muchísimo, por todo. Aunque no vamos todos los años, a lo largo de los últimos 20 debo haber veraneado por allí en más de 10 ocasiones, pasando una o dos semanas cada vez (casi siempre combinándolo con algo más), de modo que conocemos la zona bastante. Quizás por eso, me chocó lo que me encontré en la Toscana.

La Toscana es una joya a nivel mundial, de eso no cabe duda. Sus ciudades son únicas e irrepetibles, y en pocos lugares de la Tierra puede uno encontrar tantas joyas urbanísticas en tan pocos kilómetros cuadrados. Florencia, Pisa, Lucca, Siena…. Aunque no hubiera nada más, sólo estas ciudades ya convertirían la región en un destino inigualable. Pero no eran estas localidades la razón de nuestro viaje allí: Florencia y Pisa ya las conocíamos de viajes anteriores por Italia, y lo que más nos atraía esta vez de la región eran sus paisajes y sus decenas de pueblecillos medievales. Dos cosas que, junto con las ciudades mencionadas y los vinos, son las señas de identidad de esta famosísima parte de Italia.

Hemos visto muchísimo en este viaje. Los pueblecillos, realmente merecen la pena. Los paisajes, la verdad, no tanto. Bueno, digámoslo claramente: son del montón, normalitos, igual que los vinos (alguna excepción habrá…). Pero la sensación global que tenía al viajar por allí tenía algo de déjà vu

Se lo comenté varias veces a mi mujer: la Toscana me recordaba mucho al Ampurdán, o, si acaso, a una mezcla del Ampurdán y la Garrotxa. ¡En serio! El paisaje era muy parecido (¡hasta los campos de girasoles!), y los pueblecillos medievales podrían ser totalmente intercambiables. Si pusiéramos letreros en catalán en unos, y en italiano en otros, podríamos darles el cambiazo muy fácilmente sin que nadie lo notara.

Por si esto fuera poco, había dos similitudes más, quizás casualidad (¿o no? Es algo que aún quiero investigar por internet), pero que sumado a lo anterior resulta chocante: ¡en la Toscana hay butifarras y carquinyols! Por supuesto, con otros nombres: salssiccia y cantuccini, ¡pero son lo mismo! Vale, lo de la salssiccia no es para tanto: salchichas frescas hay en muchos sitios, y debo reconocer que no las llegamos a probar, así que no puedo decir si el sabor de la salssiccia toscana es más de salchicha fresca corriente o de deliciosa butifarra de payés, pero desde luego el aspecto en formato, tamaño, etc, era idéntico. Pero sí, esto puede ser una simple casualidad en un producto muy extendido. ¿Pero qué me decís de los carquinyols/cantuccini? ¡Idéntico producto, y misma forma de consumirlo, mojándolo en vino dulce! Me da la impresión de que debe haber alguna conexión histórica que lo justifique, y es lo que aún tengo pendiente de investigar, por curiosidad; si alguien conoce la respuesta y me quiere evitar la búsqueda, toda explicación será bienvenida.

Ah, por si esto fuera poco, ¿cuáles son los platos típicos toscanos? Pues, pasta aparte, que es algo inevitable en toda Italia, lo típico de la zona son los embutidos y las carnes a la brasa, y los vinos de la zona. ¿Y cuáles son los platos típicos del Ampurdán? Bueno, paellas y sangrías para turistas aparte, adivinad…

Pero anécdotas aparte, el resultado de nuestro viaje a la Toscana fue que nos había gustado, pero que gran parte de lo que habíamos visto lo teníamos casi idéntico mil kilómetros más cerca de casa. Sin embargo, hay grandes y tristes diferencias, y sobre ello va mi reflexión.

Ampurdán y Toscana: grandes similitudes, con resultados muy distintos

Antes de seguir, quiero repetir que la Toscana me ha gustado de forma global, y reitero que sólo por sus ciudades renacentistas, únicas en el mundo, ya sería una joya irrepetible. Pero la publicidad turística de la Toscana va mucho más allá de esas ciudades patrimonio de la Humanidad: la imagen que le venden a uno de la Toscana es de un lugar idílico repleto de pueblecillos maravillosos y bellísimos, de buena comida, buen vino y bonitos paisajes. Y todo ello es cierto… tan cierto como que tenemos exactamente lo mismo en casa (ciudades irrepetibles aparte), y no lo sabemos explotar.

Cuando algo me sorprende como estas similitudes entre la Toscana y el Ampurdán, muchas veces me pregunto si son ideas locas mías, o si no soy el único que lo ve así, de modo que suelo buscar en internet. En este caso también lo he hecho, y la verdad es que no parece que sea una comparativa muy universal, pero sí, hay más gente que ha visto estos parecidos. Hasta parece que se ha hecho algún reportaje con el título “L’Empordà, la Toscana catalana”. Bien, sirve como alivio de que todavía no chocheo demasiado, pero hace más triste, si cabe, mi siguiente reflexión.

Y es que, a pesar de los parecidos en cuanto al contenido, no puede haber más diferencia en cuanto a su explotación turística y los resultados. Por exponerlo de forma más o menos esquemática, señalaré unos cuantos puntos:

-La Toscana es conocida a nivel mundial. El Ampurdán no sabrían situarlo el 90% de los españoles, ni nombrar una sola ciudad de la comarca. De los extranjeros ni hablamos… Si lo extendemos a la totalidad de Gerona, ahora ya casi todos los españoles podrían situarla en el mapa (espero…), pero la mayor parte seguirían sin tener ni idea de qué hay allí que merezca la pena visitar.

-Excepciones aparte, que las hay en ambos casos, la Toscana aspira y tiene un turismo de alta calidad. El Ampurdán tiene, y parece aspirar, al turismo "del montón", un turismo del "todo vale con tal de que vengas a dejarte los cuartos". Algo extensible a toda España, no limitado a esta zona.

-Como resultado de los dos puntos anteriores, la Toscana tiene un alto prestigio. El Ampurdán tiene… ¿qué? Ah, está en España, ¿no? Pues entonces debe tener sol y playa. Y cerveza.

Triste, muy triste. Y dicho esto, debo recordar que el Ampurdán es un lugar privilegiado si lo comparamos con gran parte de otras zonas costeras de nuestra geografía. Vamos, que está muy lejos de la imagen de playas masificadas y hordas de guiris pegando gritos por las calles en mitad de la noche borrachos hasta las cejas. Al lado de esa imagen, casi podría uno pensar que el turismo del Ampurdán es de calidad. Claro, todo puede ser peor… pero al lado de su “prima” la Toscana, es un turismo muy "inferior". Con perdón, y salvando las excepciones (recuerdo que yo mismo suelo veranear en el Ampurdán, que no se sienta nadie ofendido por decir esto).

Dos turismos muy distintos

¿Qué marca la diferencia? ¿Son los precios? En absoluto: hoy en día, no hay diferencias apreciables entre los precios italianos y los españoles, o por ir al detalle, entre Toscana y Ampurdán. Y si las hay, diría incluso que son a favor de la Toscana: por ejemplo, uno puede comer muy bien, con un buen chuletón a la brasa, vino, etc, por aprox. un 20% menos de lo que costaría en España; por el contrario, el alojamiento es quizás algo más caro; en conjunto, todo muy similar.

Es decir, la Toscana no selecciona turismo “de élite” con precios altos ni España busca a los estratos más bajos tirando los precios. Y sin embargo, el resultado es ése. ¿Por qué?

Antes de seguir, aclaremos: ¿qué quiero decir con turismo de nivel alto o bajo, en estos casos?

No estoy hablando para la Toscana de un turismo de nivel adquisitivo especialmente alto, igual que no hablo en el caso ampurdanés/español en general de un poder adquisitivo bajo (no podrían permitírselo); es más bien una cuestión cultural. Y, como consecuencia de ello, de la forma de comportarse… y de consumir.

También haré otra diferenciación: en el caso de la Toscana, me refiero al turismo que va expresamente a conocer la región, que se alojan por allí durante una temporadita para conocer la zona. Excluyo a los participantes en viajes organizados que desembarcan masivamente en Florencia y Pisa y se marchan al día siguiente, un turismo muy diferente, y más equiparable al nuestro de sol y playa. Igualmente, en el caso ampurdanés excluyo al turismo nacional (principalmente catalán) de interior, los cuatro gatos que visitan joyitas medievales como Pals o Peratallada, por mencionar los más conocidos, y me centro en el 95% por ciento restante, el turismo de sol y playa.

La diferencia, creo, está claramente en el enfoque que se hace al marketing de cada destino. Uno podría pensar que con ciudades como Florencia, Pisa o Siena, la Toscana no necesitaría ningún marketing. Error: ¿quién conocería el nombre de la región si no existiera esa publicidad, directa o indirecta, de la zona? ¿Quién pensaría en la Toscana como lugar idílico en el que tener una casita, como insinuaban recientemente en una publicidad en la radio, si no hubiera existido un esfuerzo prolongado en el tiempo por difundir esa imagen? En cambio, ¿qué imagen tenemos del Ampurdán? ¿Lo cualo? Repito: del Ampurdán. Es una zona de España, por ahí arriba a la derecha. Con playa, sí. Supongo que con esos datos, el turista potencial ya se irá haciendo una idea de que puede encontrar paella, sangría, cerveza, mucho sol y buenas playas. Aunque para el caso, igual podría estar hablando de cualquier otro sitio, pues estas reflexiones son extrapolables a nuestro país en general.

¿Qué tenemos como resultado de estas percepciones?

En la Toscana, turismo principalmente europeo y norteamericano de clase media-alta y nivel cultural medio-alto también. Gente educada que no eructa ni tira papeles al suelo, que respeta las obras de arte (alguno hasta las admira) e invierte su dinero de forma variada: en el alojamiento y comida “básica”, por supuesto, pero también en entradas a museos, en comprar productos típicos, en comer bien en algún buen restaurante, en llevarse unas botellitas de vino (a precios muy por encima de su nivel), etc.

En el Ampurdán (o resto de la geografía costera hispánica) tenemos al típico turista de clase media-baja (aunque su nivel adquisitivo suela ser superior al nuestro; cosas de nuestros “buenos” salarios), centrado en tostarse (enrojecerse) al sol con una cerveza en la mano, para luego ir al chiringuito y pedir una sangría con una paella o unas tapas (cada uno se come la suya, claro), que dejan los papeles y los botes de cerveza tirados en cualquier sitio, que vociferan a las tantas de la noche, y que no salen del entorno en el que están alojados, dejándose su dinero básicamente en el alojamiento y comida básica (en esto coinciden con el turista toscano, ya que ambos necesitan estos mínimos para vivir) y los extras los dedican a sangría y cerveza. A su país se llevarán como recuerdo quizás unas botellas de sangría (que sólo deben venderse en la costa) y alguna caja de licores… además de un bonito color encarnado.

¿Que me he centrado demasiado en los tópicos? Un poco, sin duda, pero no tanto. Supongo que hace falta ver el contraste, como lo he visto yo este año, al venir de la Toscana y quedarme en la costa española (aunque sea un caso no demasiado representativo, como es el Ampurdán, mucho menos masificado que otras zonas levantinas), para ser del todo consciente de las grandes diferencias.

Las causas de estas diferencias

Como ya he indicado, creo que el principal motivo de esta gran diferenciación en el tipo de turismo es la diferente gestión del marketing turístico que se hace en una y otra parte. Evidentemente, no vamos a obviar que la Toscana cuenta con puntos a favor contra los que es imposible competir, como son las ciudades de Florencia, Siena o Pisa, por nombrar las tres principales, pero ya digo que si sólo se tratase de esos tres núcleos de población, no estaríamos hablando de toda la Toscana como zona turística, como lo estamos haciendo; y repito que el resto de la Toscana no tiene más interés del que puedan tener otras zonas españolas (en este caso, por similitudes, el interior de la provincia de Gerona; no sólo el Ampurdán, sino que lo extendería también como mínimo a la vecina Garrotxa, con sus pueblos medievales; por otra parte, la Toscana es una región más amplia que toda Gerona, por lo que ampliarlo a toda la provincia es casi necesario para comparar con más propiedad).

A lo que iba: mientras la Toscana ha optado por venderse como lugar de interés global, destacando su patrimonio medieval, su patrimonio renacentista, sus paisajes, su gastronomía, su clima e incluso un concepto global de “buena vida”, en España hemos optado por lo fácil: vendemos sol y playa. Punto. Y eso, aunque en términos de ingresos haya funcionado hasta ahora, no debería bastar.

Quizás alguno piense que exagero, que también destacamos otros valores en nuestras ofertas turísticas. No lo creo. Sí, desde hace algunos años se ve alguna tímida referencia a otros destinos de interior, o a otros aspectos culturales; pero lo cierto es que la gran publicidad, sobre todo en el exterior, sigue dedicándose al sol y playa, siendo únicamente la oferta de gastronomía lo que de verdad empieza a impulsarse sobre lo anterior. El resto, sigue brillando por su ausencia.

El panorama es muy triste, porque no sólo es que no se le dé la publicidad adecuada a esos otros valores: ¡es que a menudo son incluso desconocidos por quienes deben publicitarlos! En concreto en el caso del Ampurdán, siempre nos costó muchísimo encontrar en las oficinas de turismo información sobre lugares de interés por el interior. ¡Y los hay por decenas! Ni figuraban en los folletos, ni los que te atendían tenían ni idea. Preguntabas por pueblecillos medievales, pueblos “bonitos”, más allá de Cadaqués, y te miraban con cara de haba… Bien es cierto que, como ya lo conocemos todo muy bien, no sé si esto habrá cambiado en la actualidad (hace muchos años que no pasamos por una oficina de turismo de la zona), pero era realmente muy triste. Muchos pueblos que en otros lugares se venderían como auténticas joyas, nosotros los descubrimos prácticamente por casualidad. Lógicamente, cuando deambulabas por ellos no encontrabas prácticamente ni un turista, y como consecuencia, ni un bar ni una tienda orientada al turismo. Ahora eso ha cambiado algo en los principales pueblos (Peratallada ha dado un salto enorme en ese sentido en pocos años), pero sigue habiendo otros que siguen sumidos en el desconocimiento. Y en cualquier caso, incluso los más conocidos son visitados prácticamente solo por turismo nacional. Lógico: al no publicitarse fuera, los turistas que podrían tener un interés cultural en ellos no acuden a España; y los que vienen buscando sol y playa ni se molestan una vez aquí en ver si realmente hay algo más; total, ya tienen lo que venían buscando.

Las consecuencias

Las consecuencias creo que son varias, e importantes. Es cierto que hasta ahora esta filosofía de ir a lo fácil y limitarnos a ofertar lo que nos da la naturaleza (sol y playa), ha funcionado: somos uno de los principales destinos turísticos a nivel mundial, y el turismo es una de las principales industrias nacionales. Pero, desde mi punto de vista, esto no basta.

Por una parte, si seguimos ligados a ese esquema corremos el riesgo de perder ese liderazgo a favor de países de bajo coste. España es hoy tan caro como cualquier país europeo o más, y sol y playa hay en muchos sitios, y en muchos, a bajo precio. Yo mismo, hace unos años, buscando sólo sol y playa, terminé yéndome a Túnez porque me salía más barato que quedarme en la península, incluyendo billete de avión (parece increíble, pero es totalmente cierto). Si los países del norte de África no nos han desbancado de ese primer puesto en el turismo de sol y playa hace tiempo es simplemente porque aún hay miedo a los conflictos, y cierto desconocimiento y rechazo en el europeo medio hacia lo que suene a árabe y musulmán. Pero el día que esto cambie, podemos llevarnos un susto importante. También el Caribe puede ser una importante competencia en este aspecto, y ahí lo que nos libra por ahora es el precio del billete de avión y las horas de viaje, que dificultan el desembarco masivo de muchos europeos que prefieren quedarse más cerca. Pero ya digo: competencia ya la hay, con calidades tan buenas o más como las que podemos ofrecer aquí y precios más bajos; y tarde o temprano esto se notará. Será doloroso.

Pero no es ésta la única razón de buscar un mayor contenido a nuestra oferta turística. Por supuesto, lo más claro es el hecho de que podríamos sencillamente aumentar el número global de visitantes y diversificar los destinos si publicitáramos adecuadamente otros valores turísticos, pero eso creo que es evidente y no profundizaré en ello. Pero además de esto, si orientamos el turismo hacia un sector de mayor nivel cultural (y de mayor poder adquisitivo, como beneficio asociado; recordemos que, al contrario de lo que ocurre en nuestro país, en lugares como Francia, Alemania o países nórdicos quien tiene mayor nivel cultural y, como consecuencia, trabajos de mayor nivel, tiene niveles salariales muy superiores a los que estamos acostumbrados por aquí), conseguiremos mayores ingresos. Sí, los que vienen ahora gastan lo suficiente para mantener los ingresos por turismo a un nivel muy bueno; pero los otros gastarían más. Mientras los que vienen ahora inundan los bares de playa, los otros acudirían en mayor medida a restaurantes de mayor nivel; gastarían no sólo en cervezas, sino también en entradas a museos, en alquiler de coches y gasolina para descubrir lugares de interés, o se instalarían en alojamientos de mayor nivel. No se limitarían a la sangría, sino que acudirían a visitar bodegas a catar buenos vinos, llevándose unas cajas bajo el brazo a la salida. Y así sucesivamente. Eso lo he visto en el turismo de mayor nivel que abunda en la Toscana. Aquí no.

Por último, pero no menos importante: si seguimos apostando por la situación actual, será difícil convencer a un turismo de mayor nivel de que España merece la pena. El espectáculo que dejan a su paso algunos de esos guiris de baja estofa es simplemente vergonzoso, y degrada el nivel del lugar en el que veranean. Un turismo de nivel como al que deberíamos aspirar no se va a sentir cómodo en medio de mareas de borrachos vociferantes o ante restos de papeles, vasos de plástico y cristales rotos. Y aunque es cierto que todos los ayuntamientos se esfuerzan en limpiar y arreglar rápidamente todos estos destrozos, porque son los primeros interesados en no cargarse la gallina de los huevos de oro, lo cierto es que se ve. Por muchas máquinas que pasen limpiando las playas, el espectáculo de basura abandonada a última hora de la tarde es penoso. Y aunque muchos españoles seguimos siendo tan irresponsables como para contribuir a ello, mi experiencia personal es que las zonas donde se acumula este turismo extranjero de bajo nivel quedan mucho más sucias que las playas con turismo más nacional.

Bueno, no me enrollo más, que ya lo he hecho bastante. Ahí queda mi reflexión. No sé si estaréis de acuerdo con ella, pero me gustaría leer vuestros comentarios al respecto.

P.D.: ¿echais de menos fotos que ilustren las similitudes comentadas? Tranquilos: el reportaje gráfico merece una entrada aparte ;-) 

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