Ya volví de
vacaciones. Se acabó lo que se daba. Otro año entero por delante para poder
disfrutar de otro mesecillo (bueno, han sido 3 semanas) de asueto y relax… o
haciendo lo que sea, pero elegido por uno mismo y no impuesto por las
circunstancias, como ocurre el resto del año.
Pero bueno, esta
entrada no es para lamentarme por la vuelta al trabajo, sino para hacer algunas
reflexiones a raíz de mi viaje de este año. No se trata de describir mis
vacaciones, que ya sé que os importarán un pimiento, sino de presentar algunos
hechos que me han dado que pensar.
Este año hemos
ido una semanita a la Toscana, Italia, y luego dos semanas a la playa en
nuestro sitio favorito, la zona del Ampurdán o Empordà, en Gerona o Girona
(coñazo de idiomas… ¿tendré que poner también Florencia o Firenze? Paso, a
partir de aquí, todo en castellano excepto los que no tienen traducción o no la
conozco). Y lo más curioso de todo es que he encontrado muchas, muchísimas
similitudes entre ambas zonas.
El Ampurdán lo
conozco bastante bien. Aunque la playa en general no me apasiona demasiado, me
encanta la zona de la Costa Brava; y en concreto, el Ampurdán es una comarca
que me gusta muchísimo, por todo. Aunque no vamos todos los años, a lo largo de
los últimos 20 debo haber veraneado por allí en más de 10 ocasiones, pasando
una o dos semanas cada vez (casi siempre combinándolo con algo más), de modo
que conocemos la zona bastante. Quizás por eso, me chocó lo que me encontré en
la Toscana.
La Toscana es una
joya a nivel mundial, de eso no cabe duda. Sus ciudades son únicas e
irrepetibles, y en pocos lugares de la Tierra puede uno encontrar tantas joyas
urbanísticas en tan pocos kilómetros cuadrados. Florencia, Pisa, Lucca, Siena….
Aunque no hubiera nada más, sólo estas ciudades ya convertirían la región en un
destino inigualable. Pero no eran estas localidades la razón de nuestro viaje
allí: Florencia y Pisa ya las conocíamos de viajes anteriores por Italia, y lo
que más nos atraía esta vez de la región eran sus paisajes y sus decenas de
pueblecillos medievales. Dos cosas que, junto con las ciudades mencionadas y
los vinos, son las señas de identidad de esta famosísima parte de Italia.
Hemos visto
muchísimo en este viaje. Los pueblecillos, realmente merecen la pena. Los
paisajes, la verdad, no tanto. Bueno, digámoslo claramente: son del montón, normalitos, igual que los vinos (alguna excepción habrá…). Pero la sensación global que
tenía al viajar por allí tenía algo de déjà
vu…
Se lo comenté
varias veces a mi mujer: la Toscana me recordaba mucho al Ampurdán, o, si
acaso, a una mezcla del Ampurdán y la Garrotxa. ¡En serio! El paisaje era muy
parecido (¡hasta los campos de girasoles!), y los pueblecillos medievales
podrían ser totalmente intercambiables. Si pusiéramos letreros en catalán en
unos, y en italiano en otros, podríamos darles el cambiazo muy fácilmente sin
que nadie lo notara.
Por si esto fuera
poco, había dos similitudes más, quizás casualidad (¿o no? Es algo que aún
quiero investigar por internet), pero que sumado a lo anterior resulta
chocante: ¡en la Toscana hay butifarras y carquinyols! Por supuesto, con otros
nombres: salssiccia y cantuccini, ¡pero son lo mismo! Vale, lo de la salssiccia
no es para tanto: salchichas frescas hay en muchos sitios, y debo reconocer que
no las llegamos a probar, así que no puedo decir si el sabor de la salssiccia
toscana es más de salchicha fresca corriente o de deliciosa butifarra de payés,
pero desde luego el aspecto en formato, tamaño, etc, era idéntico. Pero sí,
esto puede ser una simple casualidad en un producto muy extendido. ¿Pero qué me
decís de los carquinyols/cantuccini? ¡Idéntico producto, y misma forma de
consumirlo, mojándolo en vino dulce! Me da la impresión de que debe haber
alguna conexión histórica que lo justifique, y es lo que aún tengo pendiente de
investigar, por curiosidad; si alguien conoce la respuesta y me quiere evitar
la búsqueda, toda explicación será bienvenida.
Ah, por si esto
fuera poco, ¿cuáles son los platos típicos toscanos? Pues, pasta aparte, que es
algo inevitable en toda Italia, lo típico de la zona son los embutidos y las
carnes a la brasa, y los vinos de la zona. ¿Y cuáles son los platos típicos del
Ampurdán? Bueno, paellas y sangrías para turistas aparte, adivinad…
Pero anécdotas
aparte, el resultado de nuestro viaje a la Toscana fue que nos había gustado,
pero que gran parte de lo que habíamos visto lo teníamos casi idéntico mil
kilómetros más cerca de casa. Sin embargo, hay grandes y tristes diferencias, y
sobre ello va mi reflexión.
Ampurdán y Toscana: grandes similitudes, con
resultados muy distintos
Antes de seguir,
quiero repetir que la Toscana me ha gustado de forma global, y reitero que sólo
por sus ciudades renacentistas, únicas en el mundo, ya sería una joya
irrepetible. Pero la publicidad turística de la Toscana va mucho más allá de
esas ciudades patrimonio de la Humanidad: la imagen que le venden a uno de la
Toscana es de un lugar idílico repleto de pueblecillos maravillosos y
bellísimos, de buena comida, buen vino y bonitos paisajes. Y todo ello es
cierto… tan cierto como que tenemos exactamente lo mismo en casa (ciudades
irrepetibles aparte), y no lo sabemos explotar.
Cuando algo me
sorprende como estas similitudes entre la Toscana y el Ampurdán, muchas veces
me pregunto si son ideas locas mías, o si no soy el único que lo ve así, de
modo que suelo buscar en internet. En este caso también lo he hecho, y la
verdad es que no parece que sea una comparativa muy universal, pero sí, hay más
gente que ha visto estos parecidos. Hasta parece que se ha hecho algún
reportaje con el título “L’Empordà, la
Toscana catalana”. Bien, sirve como alivio de que todavía no chocheo
demasiado, pero hace más triste, si cabe, mi siguiente reflexión.
Y es que, a pesar
de los parecidos en cuanto al contenido, no puede haber más diferencia en
cuanto a su explotación turística y los resultados. Por exponerlo de forma más
o menos esquemática, señalaré unos cuantos puntos:
-La Toscana es
conocida a nivel mundial. El Ampurdán no sabrían situarlo el 90% de los
españoles, ni nombrar una sola ciudad de la comarca. De los extranjeros ni
hablamos… Si lo extendemos a la totalidad de Gerona, ahora ya casi todos los
españoles podrían situarla en el mapa (espero…), pero la mayor parte seguirían
sin tener ni idea de qué hay allí que merezca la pena visitar.
-Excepciones
aparte, que las hay en ambos casos, la Toscana aspira y tiene un turismo de
alta calidad. El Ampurdán tiene, y parece aspirar, al turismo "del montón", un turismo del "todo vale con tal de que vengas a dejarte los cuartos". Algo
extensible a toda España, no limitado a esta zona.
-Como resultado
de los dos puntos anteriores, la Toscana tiene un alto prestigio. El Ampurdán
tiene… ¿qué? Ah, está en España, ¿no? Pues entonces debe tener sol y playa. Y
cerveza.
Triste, muy
triste. Y dicho esto, debo recordar que el Ampurdán es un lugar privilegiado si
lo comparamos con gran parte de otras zonas costeras de nuestra geografía.
Vamos, que está muy lejos de la imagen de playas masificadas y hordas de guiris
pegando gritos por las calles en mitad de la noche borrachos hasta las cejas.
Al lado de esa imagen, casi podría uno pensar que el turismo del Ampurdán es de
calidad. Claro, todo puede ser peor… pero al lado de su “prima” la Toscana, es
un turismo muy "inferior". Con perdón, y salvando las excepciones (recuerdo que yo
mismo suelo veranear en el Ampurdán, que no se sienta nadie ofendido por decir
esto).
Dos turismos muy distintos
¿Qué marca la
diferencia? ¿Son los precios? En absoluto: hoy en día, no hay diferencias apreciables
entre los precios italianos y los españoles, o por ir al detalle, entre Toscana
y Ampurdán. Y si las hay, diría incluso que son a favor de la Toscana: por
ejemplo, uno puede comer muy bien, con un buen chuletón a la brasa, vino, etc,
por aprox. un 20% menos de lo que costaría en España; por el contrario, el
alojamiento es quizás algo más caro; en conjunto, todo muy similar.
Es decir, la
Toscana no selecciona turismo “de élite” con precios altos ni España busca a
los estratos más bajos tirando los precios. Y sin embargo, el resultado es ése.
¿Por qué?
Antes de seguir,
aclaremos: ¿qué quiero decir con turismo de nivel alto o bajo, en estos casos?
No estoy hablando
para la Toscana de un turismo de nivel adquisitivo especialmente alto, igual
que no hablo en el caso ampurdanés/español en general de un poder adquisitivo
bajo (no podrían permitírselo); es más bien una cuestión cultural. Y, como
consecuencia de ello, de la forma de comportarse… y de consumir.
También haré otra
diferenciación: en el caso de la Toscana, me refiero al turismo que va
expresamente a conocer la región, que se alojan por allí durante una
temporadita para conocer la zona. Excluyo a los participantes en viajes
organizados que desembarcan masivamente en Florencia y Pisa y se marchan al día
siguiente, un turismo muy diferente, y más equiparable al nuestro de sol y
playa. Igualmente, en el caso ampurdanés excluyo al turismo nacional
(principalmente catalán) de interior, los cuatro gatos que visitan joyitas
medievales como Pals o Peratallada, por mencionar los más conocidos, y me
centro en el 95% por ciento restante, el turismo de sol y playa.
La diferencia,
creo, está claramente en el enfoque que se hace al marketing de cada destino.
Uno podría pensar que con ciudades como Florencia, Pisa o Siena, la Toscana no
necesitaría ningún marketing. Error: ¿quién conocería el nombre de la región si
no existiera esa publicidad, directa o indirecta, de la zona? ¿Quién pensaría
en la Toscana como lugar idílico en el que tener una casita, como insinuaban
recientemente en una publicidad en la radio, si no hubiera existido un esfuerzo
prolongado en el tiempo por difundir esa imagen? En cambio, ¿qué imagen tenemos
del Ampurdán? ¿Lo cualo? Repito: del Ampurdán. Es una zona de España, por ahí
arriba a la derecha. Con playa, sí. Supongo que con esos datos, el turista
potencial ya se irá haciendo una idea de que puede encontrar paella, sangría,
cerveza, mucho sol y buenas playas. Aunque para el caso, igual podría estar
hablando de cualquier otro sitio, pues estas reflexiones son extrapolables a
nuestro país en general.
¿Qué tenemos como
resultado de estas percepciones?
En la Toscana,
turismo principalmente europeo y norteamericano de clase media-alta y nivel
cultural medio-alto también. Gente educada que no eructa ni tira papeles al
suelo, que respeta las obras de arte (alguno hasta las admira) e invierte su
dinero de forma variada: en el alojamiento y comida “básica”, por supuesto,
pero también en entradas a museos, en comprar productos típicos, en comer bien
en algún buen restaurante, en llevarse unas botellitas de vino (a precios muy
por encima de su nivel), etc.
En el Ampurdán (o
resto de la geografía costera hispánica) tenemos al típico turista de clase
media-baja (aunque su nivel adquisitivo suela ser superior al nuestro; cosas de
nuestros “buenos” salarios), centrado en tostarse (enrojecerse) al sol con una
cerveza en la mano, para luego ir al chiringuito y pedir una sangría con una
paella o unas tapas (cada uno se come la suya, claro), que dejan los papeles y
los botes de cerveza tirados en cualquier sitio, que vociferan a las tantas de
la noche, y que no salen del entorno en el que están alojados, dejándose su
dinero básicamente en el alojamiento y comida básica (en esto coinciden con el
turista toscano, ya que ambos necesitan estos mínimos para vivir) y los extras
los dedican a sangría y cerveza. A su país se llevarán como recuerdo quizás
unas botellas de sangría (que sólo deben venderse en la costa) y alguna caja de
licores… además de un bonito color encarnado.
¿Que me he
centrado demasiado en los tópicos? Un poco, sin duda, pero no tanto. Supongo
que hace falta ver el contraste, como lo he visto yo este año, al venir de la
Toscana y quedarme en la costa española (aunque sea un caso no demasiado
representativo, como es el Ampurdán, mucho menos masificado que otras zonas
levantinas), para ser del todo consciente de las grandes diferencias.
Las causas de estas diferencias
Como ya he
indicado, creo que el principal motivo de esta gran diferenciación en el tipo
de turismo es la diferente gestión del marketing turístico que se hace en una y
otra parte. Evidentemente, no vamos a obviar que la Toscana cuenta con puntos a
favor contra los que es imposible competir, como son las ciudades de Florencia,
Siena o Pisa, por nombrar las tres principales, pero ya digo que si sólo se
tratase de esos tres núcleos de población, no estaríamos hablando de toda la
Toscana como zona turística, como lo estamos haciendo; y repito que el resto de
la Toscana no tiene más interés del que puedan tener otras zonas españolas (en
este caso, por similitudes, el interior de la provincia de Gerona; no sólo el
Ampurdán, sino que lo extendería también como mínimo a la vecina Garrotxa, con
sus pueblos medievales; por otra parte, la Toscana es una región más amplia que
toda Gerona, por lo que ampliarlo a toda la provincia es casi necesario para
comparar con más propiedad).
A lo que iba:
mientras la Toscana ha optado por venderse como lugar de interés global,
destacando su patrimonio medieval, su patrimonio renacentista, sus paisajes, su
gastronomía, su clima e incluso un concepto global de “buena vida”, en España
hemos optado por lo fácil: vendemos sol y playa. Punto. Y eso, aunque en
términos de ingresos haya funcionado hasta ahora, no debería bastar.
Quizás alguno
piense que exagero, que también destacamos otros valores en nuestras ofertas
turísticas. No lo creo. Sí, desde hace algunos años se ve alguna tímida
referencia a otros destinos de interior, o a otros aspectos culturales; pero lo
cierto es que la gran publicidad, sobre todo en el exterior, sigue dedicándose
al sol y playa, siendo únicamente la oferta de gastronomía lo que de verdad
empieza a impulsarse sobre lo anterior. El resto, sigue brillando por su
ausencia.
El panorama es
muy triste, porque no sólo es que no se le dé la publicidad adecuada a esos
otros valores: ¡es que a menudo son incluso desconocidos por quienes deben
publicitarlos! En concreto en el caso del Ampurdán, siempre nos costó muchísimo
encontrar en las oficinas de turismo información sobre lugares de interés por
el interior. ¡Y los hay por decenas! Ni figuraban en los folletos, ni los que
te atendían tenían ni idea. Preguntabas por pueblecillos medievales, pueblos
“bonitos”, más allá de Cadaqués, y te miraban con cara de haba… Bien es cierto
que, como ya lo conocemos todo muy bien, no sé si esto habrá cambiado en la
actualidad (hace muchos años que no pasamos por una oficina de turismo de la
zona), pero era realmente muy triste. Muchos pueblos que en otros lugares se
venderían como auténticas joyas, nosotros los descubrimos prácticamente por
casualidad. Lógicamente, cuando deambulabas por ellos no encontrabas
prácticamente ni un turista, y como consecuencia, ni un bar ni una tienda
orientada al turismo. Ahora eso ha cambiado algo en los principales pueblos
(Peratallada ha dado un salto enorme en ese sentido en pocos años), pero sigue
habiendo otros que siguen sumidos en el desconocimiento. Y en cualquier caso,
incluso los más conocidos son visitados prácticamente solo por turismo nacional.
Lógico: al no publicitarse fuera, los turistas que podrían tener un interés
cultural en ellos no acuden a España; y los que vienen buscando sol y playa ni
se molestan una vez aquí en ver si realmente hay algo más; total, ya tienen lo
que venían buscando.
Las consecuencias
Las consecuencias
creo que son varias, e importantes. Es cierto que hasta ahora esta filosofía de
ir a lo fácil y limitarnos a ofertar lo que nos da la naturaleza (sol y playa),
ha funcionado: somos uno de los principales destinos turísticos a nivel
mundial, y el turismo es una de las principales industrias nacionales. Pero, desde mi punto de
vista, esto no basta.
Por una parte, si
seguimos ligados a ese esquema corremos el riesgo de perder ese liderazgo a
favor de países de bajo coste. España es hoy tan caro como cualquier país
europeo o más, y sol y playa hay en muchos sitios, y en muchos, a bajo precio.
Yo mismo, hace unos años, buscando sólo sol y playa, terminé yéndome a Túnez
porque me salía más barato que quedarme en la península, incluyendo billete de
avión (parece increíble, pero es totalmente cierto). Si los países del norte de
África no nos han desbancado de ese primer puesto en el turismo de sol y playa
hace tiempo es simplemente porque aún hay miedo a los conflictos, y cierto
desconocimiento y rechazo en el europeo medio hacia lo que suene a árabe y
musulmán. Pero el día que esto cambie, podemos llevarnos un susto importante.
También el Caribe puede ser una importante competencia en este aspecto, y ahí
lo que nos libra por ahora es el precio del billete de avión y las horas de
viaje, que dificultan el desembarco masivo de muchos europeos que prefieren
quedarse más cerca. Pero ya digo: competencia ya la hay, con calidades tan
buenas o más como las que podemos ofrecer aquí y precios más bajos; y tarde o
temprano esto se notará. Será doloroso.
Pero no es ésta
la única razón de buscar un mayor contenido a nuestra oferta turística. Por
supuesto, lo más claro es el hecho de que podríamos sencillamente aumentar el
número global de visitantes y diversificar los destinos si publicitáramos
adecuadamente otros valores turísticos, pero eso creo que es evidente y no
profundizaré en ello. Pero además de esto, si orientamos el turismo hacia un
sector de mayor nivel cultural (y de mayor poder adquisitivo, como beneficio
asociado; recordemos que, al contrario de lo que ocurre en nuestro país, en lugares
como Francia, Alemania o países nórdicos quien tiene mayor nivel cultural y,
como consecuencia, trabajos de mayor nivel, tiene niveles salariales muy superiores
a los que estamos acostumbrados por aquí), conseguiremos mayores ingresos. Sí,
los que vienen ahora gastan lo suficiente para mantener los ingresos por
turismo a un nivel muy bueno; pero los otros gastarían más. Mientras los que
vienen ahora inundan los bares de playa, los otros acudirían en mayor medida a
restaurantes de mayor nivel; gastarían no sólo en cervezas, sino también en
entradas a museos, en alquiler de coches y gasolina para descubrir lugares de
interés, o se instalarían en alojamientos de mayor nivel. No se limitarían a la
sangría, sino que acudirían a visitar bodegas a catar buenos vinos, llevándose
unas cajas bajo el brazo a la salida. Y así sucesivamente. Eso lo he visto en
el turismo de mayor nivel que abunda en la Toscana. Aquí no.
Por último, pero
no menos importante: si seguimos apostando por la situación actual, será
difícil convencer a un turismo de mayor nivel de que España merece la pena. El
espectáculo que dejan a su paso algunos de esos guiris de baja estofa es
simplemente vergonzoso, y degrada el nivel del lugar en el que veranean. Un
turismo de nivel como al que deberíamos aspirar no se va a sentir cómodo en
medio de mareas de borrachos vociferantes o ante restos de papeles, vasos de
plástico y cristales rotos. Y aunque es cierto que todos los ayuntamientos se
esfuerzan en limpiar y arreglar rápidamente todos estos destrozos, porque son
los primeros interesados en no cargarse la gallina de los huevos de oro, lo
cierto es que se ve. Por muchas máquinas que pasen limpiando las playas, el
espectáculo de basura abandonada a última hora de la tarde es penoso. Y aunque
muchos españoles seguimos siendo tan irresponsables como para contribuir a
ello, mi experiencia personal es que las zonas donde se acumula este turismo
extranjero de bajo nivel quedan mucho más sucias que las playas con turismo más
nacional.
Bueno, no me
enrollo más, que ya lo he hecho bastante. Ahí queda mi reflexión. No sé si
estaréis de acuerdo con ella, pero me gustaría leer vuestros comentarios al
respecto.
P.D.: ¿echais de menos fotos que ilustren las similitudes comentadas? Tranquilos: el reportaje gráfico merece una entrada aparte ;-)
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