Los que me seguís a
menudo ya sabéis que mantengo una relación ambigua con Murakami: es un autor
que en general me gusta, que me encanta cómo escribe, y que en general leo con
agrado… pero que al mismo tiempo no puedo evitar ver como un poco falso,
impostado, el hábil escritor que ha encontrado un estilo que vende y lo
explota…
Bueno, sea como sea,
hacía tiempo que no leía nada suyo (a Murakami conviene dosificarlo o te
empacha, desde mi punto de vista) y hace poco decidí volver a él con esta
novela corta. Abajo os cuento qué tal me ha ido en este reencuentro.
Sinopsis:
Perdidos en la inmensa metrópoli de Tokio, tres
personas se buscan desesperadamente intentando romper el eterno viaje circular
de la soledad; un viaje parecido al del satélite ruso Sputnik, donde la perra
Laika giraba alrededor de la Tierra y dirigía su atónita mirada hacia el
espacio infinito. El narrador, un joven profesor de primaria, está enamorado de
Sumire, a quien conoció en la universidad. Pero Sumire tiene una única
obsesión: ser novelista; además se considera la última rebelde, viste como un muchacho,
fuma como un carretero y rechaza toda convención moral. Un buen día, Sumire
conoce a Myû en una boda, una mujer casada de mediana edad tan hermosa como
enigmática, y se enamora apasionadamente de ella. Myû contrata a Sumire como
secretaria y juntas emprenden un viaje de negocios por Europa que tendrá un
enigmático final.
Opinión personal: Un Murakami moderado… y algo
menor
Os confieso que no me
ha entusiasmado especialmente mi reencuentro con este autor. Quizás no era el
momento, o quizás el libro sea inferior a los anteriores que he leído suyos, o
quizás ya le conocía demasiado… o más probablemente haya habido un poco de
todo.
Ésta es una novela de
amor y soledad. Dos elementos prácticamente constantes en los relatos de este
autor japonés, pero que aquí representan el núcleo del libro.
Tenemos al narrador,
el hombre sin nombre, al que sólo conocemos por su inicial: K. ¿Por qué? Quién
sabe, con Murakami uno acaba por no preguntarse por qué sus historias son como
son: son así, y punto. En fin, este K. es el típico personaje masculino
murakamiesco: un treintañero solitario, quizás algo introvertido, que se
enamora de una muchacha en una relación que siempre termina siendo problemática
por una u otra razón. En este caso, simplemente porque no es correspondido.
La muchacha es Sumire,
una chica extraña, “rarita”, una chica que se siente en cierto modo ajena al
resto de la sociedad, y que está obsesionada con ser escritora… aunque parece
no tener las más mínimas aptitudes para ello. Alguien que, además, nunca ha
experimentado el amor ni el deseo sexual, sentimientos que le resultan ajenos,
extraños. No obstante, sí es capaz de sentir un gran afecto hacia K. cuando lo
conoce, terminando por ser amigos casi inseparables.
Hasta que Myû entra en
escena. Una mujer madura elegante y “de mundo” a la que Sumire conoce por
casualidad en una boda y que le causa una extraña fascinación… que luego
interpreta como enamoramiento. Sumire se enamora de Myû, y hasta descubre por
primera vez el deseo sexual, aunque sea dirigido hacia esta mujer, que, al
igual que le ocurre a ella con K., sólo puede sentir hacia Sumire un afecto
casi maternal.
En realidad, éste es,
creo yo, el núcleo del libro: los amores cruzados no correspondidos, y la
soledad y frustración que provocan. De ahí, de hecho, procede el título, como
nos deja claro el autor en dos o tres ocasiones a lo largo del texto: las vidas
y sentimientos de nuestros tres protagonistas se cruzan como satélites en la
órbita terrestre, acercándose hasta juntarse pero condenados a separarse de
nuevo y no volver a encontrarse. Una curiosa metáfora tecnológica para las
relaciones amorosas no correspondidas, ¿verdad?
En fin, dicho así el
libro no parece tener mucho… y no lo tiene. Creo que por eso me ha decepcionado
un poco. Lógicamente, este núcleo argumental se rellena con pequeñas historias
y anécdotas, y con algunos elementos surrealistas típicos del autor; aunque con
respecto a esto último debo decir que Murakami en esta obra está muy comedido,
y la parte surrealista queda bastante limitada en el tiempo y en el espacio,
limitándose a una extraña experiencia semionírica de Sumire, y a una extraña
música oída en una determinada ocasión por K. Nada, en comparación con algunos
de sus otros libros.
Aparte de estos
pequeños elementos surrealistas, sí hay un importante acontecimiento que, sin
llegar a serlo, se escapa de la normalidad: la extraña desaparición de Sumire.
Tranquilos, no es un spoiler, es algo que aparece en casi todas las sinopsis, y
supone en cierto modo el comienzo del libro, tras unos capítulos a modo de
presentación de los personajes. Sumire desaparece como comida por la tierra
mientras veranea en Grecia con Myû, quien se pone en contacto con K. para que
le ayude a buscarla. Pero no esperéis una gran trama ni intriga, porque no las
hay.
Eso es todo lo que
puedo contar del libro, porque, en el fondo, no hay más. Al contrario que con
otros de sus títulos, en éste no he conseguido sentirme del todo involucrado
con los personajes, aunque eso puede haber sido algo personal, por haberlo
cogido “en un mal momento”. Se mantiene, como siempre, la agradable prosa del
autor, que hace atractiva la lectura de cualquiera de sus obras
independientemente del argumento de fondo. Pero debo decir que el libro me ha
resultado algo falto de esencia, y no lo he disfrutado como esperaba. Quizás,
también, es que su estilo me resulta ya algo repetitivo, después de varias
obras suyas leídas… puede ser…
Por lo demás, y a modo
de curiosidad para los que hayáis leído mi entrada sobre Murakami y “sus neuras”, señalar que aquí se repiten de nuevo la mayor
parte de ellas: la soledad, los personajes “raritos”, los gatos, la música, el
amor y el sexo… casi todos los elementos típicamente murakamianos aparecen en
mayor o menor medida también en “Sputnik, mi amor”. Sólo me han fallado esta
vez los calvos y la muerte. Quién sabe, quizás en la próxima…
Nota
final al margen: Cuando los redactores de las editoriales se
ponen líricos, a menudo la cagan… En la sinopsis que acompaña al libro se
menciona a la perra Laika, que ni aparece en la obra de Murakami, ni viajó a
bordo del Sputnik. Bien, se puede decir que lo hizo a bordo del “Sputnik 2”…
pero cuando se habla del Sputnik, uno se refiere al Sputnik, el primero, el
“verdadero”, la pequeña bola de metal pulido que emitía su bip-bip y a la que
sí hace referencia Murakami tanto por su nombre como por su forma. En fin…